Brilla violento un cielo
que anuncia
tiempos peores.
La mosca patalea
en el gélido estanque.
Ya ha muerto y no lo sabe.
No queda una gota
en el estanque verde.
Sudan los ojos de la rana.
La mariposa moribunda
no recuerda ya
su infancia
El camello paralítico
nunca fue real.
Sigues fumando demasiado.
El fuego del dios menor
no quema el fluido
de los audaces
Las canas del sabio
no se caen nunca.
Sus dientes, a pares.
La gaviota respira la brisa
del acantilado.
Sólo mira el mar.
La serpiente y el ratón
se conocen muy bien.
Ella siempre quiere más.
El sol juega al escondite
con las nubes de junio.
Quedan atrás las lágrimas.
Ya no fuma el volcán,
suena a cartón en sus pulmones.
Todos le han perdido el miedo.
No apaga mi sed
la fuente del tilo.
No necesito agua.
El anciano roble tiembla
bajo el azul del cielo.
Respiro aire de tormenta.
Saltan juntos,
el perro y la liebre.
Sólo uno muere
El sol huye sin prisa
del océano insomne.
Otro día de ayuno.
El águila no pesca
donde no hay peces.
Sigue la búsqueda.
Perdido en la niebla,
mojada el alma.
Espero paciente la mañana.
Nunca termina de caer,
sobre la hierba,
la rabia del guerrero
La tarde no distingue
el sufrimiento.
La noche aún menos.
El perro bosteza
su indolencia.
Bajo el tejo de abril.
Noche cerrada,
todos descansan.
Menos el río.
El último tren parte
sin rumbo...
nubes de verano
No salta en la pradera,
el pequeño saltamontes.
Se pasó de frenada.
El pato no es sordo,
por eso no entiende
cuando le grito
Ojos de calamar,
patas de calamar,
debes ser un calamar